Las piedras de la orilla
Pablo Neruda
Oceánicas, no tenéis la materia
que emerge de las tierras vegetales
entre la primavera y las espigas.
El tacto azul del aire que navega
entre las uvas, no conoce el rostro
que de la soledad sale al océano.
El rostro de las rocas destrozadas,
que no conoce abejas, que no tiene
más que la agricultura de las olas,
el rostro de las piedras que aceptaron
la desolada espuma del combate
en sus eternidades agrietadas.
Ásperas naves de granito hirsuto
entregado a la cólera, planetas
en cuya inmóvil dimensión detienen
las banderas del mar su movimiento.
Tronos de la intemperie huracanada.
Torres de soledades sacudidas.
Tenéis, rocas del mar, el victorioso
color del tiempo, el material gastado
por una eternidad en movimiento.
El fuego hizo nacer estos lingotes
que el mar estremeció con sus granadas.
Esta arruga en que el cobre y la salmuera
se unieron: este hierro anaranjado,
estas manchas de plata y de paloma,
son el muro mortal y la frontera
de la profundidad con sus racimos.
Piedras de soledad, piedras amadas
de cuyas duras cavidades cuelga
el tumultuoso frío de las algas,
y a cuyo borde ornado por la luna
sube la soledad de las orillas.
Desde los pies perdidos en la arena
qué aroma se perdió, qué movimiento
de corola nupcial trepó temblando?
Plantas de arena, triángulos carnosos,
aplanadas substancias que llegaron
a encender su fulgor sobre las piedras,
primavera marina, delicada
copa sobre las piedras erigida.
pequeño rayo de amaranto apenas
encendido y helado por la furia,
dadme la condición que desafía
las arenas del páramo estrellado.
Piedras del mar, centellas detenidas
en el combate de la luz, campanas
doradas por el óxido, filudas
espadas del dolor, cúpulas rotas
en cuyas cicatrices se construye
la estatua desdentada de la tierra.